Irwin Bradbury, el fanfarrón y obeso ejemplo del éxito que cualquiera puede conseguir en América partiendo dos simples cosas, un poco de voluntad y una pequeña fortuna familiar. No es en absoluto un hombre hecho a sí mismo, pese a que le gusta creérselo, sino el resultado de la inercia de una familia con negocios diversos en Nueva York desde hace un par de generaciones.
Su interés por los libros se debe fundamentalmente a que son trofeos de los que presumir, ya que su físico no le permite alcanzar hazañas en el club de golf o en safaris vacacionales por África. No es un hombre inculto, pero desde luego no es un erudito.
Es un aficionado al ajedrez pero un pésimo jugador, pese a que su dinero le permite acceder a círculos con los mejores ajedrecistas mundiales como los que este año de 1924 se reunirán en Nueva York para el torneo que va a celebrarse allí.
En su tienda de extraños volúmenes tiene también libros y apuntes de ajedrez difíciles de conseguir y de cierto valor. Le gusta darse pompa utilizando una cita del ajedrecista Edward Lasker para patrocinar su tienda:
“Se ha dicho que el hombre se distingue de los animales en que compra más libros de los que puede leer. Yo debería sugerir que la inclusión de unos pocos libros de ajedrez le ayudaría a hacer la distinción inconfundible.”
Irremediablemente, tras pronunciar estas palabras, siempre se le escapa una desagradable risa porcina.
El trato con sus trabajadores es una mezcla de tiranía y falso paternalismo que le hace sentirse poderoso.
Además de su ficha en formato .pdf que puedes descargar en la barra lateral, te ofrecemos la misma en formato imagen: