Introducción al personaje:
— ¡Peterson! ¡A mi despacho!
— Joder —masculló el detective detective Peterson para sí mismo mientras de mala gana recogía unos papeles de su mesa y arrastraba sus pies hasta el despacho del Capitán—. Su mujer ha debido hacerle dormir otra vez en el sofá.
Cerró la puerta al entrar, y antes de que pudiera sentarse, el capitán ya estaba interrogándolo.
— Cuénteme qué novedades tenemos en el caso de la chica de los muelles, Peterson.
— Verá, señor… estamos siguiendo un par de líneas de investigación… pero parece que por los muelles nadie quiere soltar prenda. –A medida que el bueno de Peterson hablaba, la cara del Capitán se iba transformando por momentos en esa mueca suya que ya todos en la comisaría conocían como la antesala de otra bronca a gritos.
— En lo que sí hemos avanzado es en esto —dijo Peterson en un intento de cambiar de tema y aplacar la cólera del capitán, al tiempo que arrojaba sobre la mesa un dosier pulcramente mecanografiado a doble espacio titulado “Madame Moulian”.
— Me… está… diciendo… —comenzó a hablar lentamente el Capitán, masticando cada palabra en un intento de refrenar su ira, mientras ojeaba el documento — que tenemos un caso de asesinato sin resolver… y usted ha estado perdiendo el tiempo con…
— Señor —interrumpió Peterson protestando—. No es tiempo perdido. ¡Está todo ahí! Es un caso claro de estafa, y siendo la victima familiar de un miembro del cuerpo de policía, está claro que…
— Mire Peterson —dijo el Capitán con condescendencia mientras un tic nervioso le saltaba al ojo izquierdo—. Todos hemos lamentado el reciente fallecimiento de su padre. Su madre, una santa mujer sin lugar a dudas, ha buscado consuelo en su proceso de luto. Y lo ha encontrado en esta señora que dice que habla con los muertos. Nadie ha obligado a su madre a creérselo ni a pagar por ese servicio.
— ¡Pero señor, está todo ahí! Esa mujer hace creer a la gent…
— ¡Estos son los jodidos Estados Unidos de América, Peterson! Si alguien quiere hablar con los muertos o con pulpos gigantes de marte, está amparado por la jodida primera enmienda. — El Capitán se había levantado del sillón y había arrojado el dosier a la papelera, que más que como un contenedor parecía comportarse como una baliza indicadora de la dirección hacia la que, a groso modo, debería tender la basura que se esparcía por el suelo.
– ¡Y ahora, largo de mi despacho y mueva el culo con el caso de la chica de los muelles!
Peterson salió cabizbajo del despacho mientras el Capitán respiraba profundamente intentando recuperar la calma.
Allí, tirado ya junto con otro montón de papeles que la señora de la limpieza recogería por la mañana se encontraba el dosier que el Capitán nunca leería.
Así, el Capitán nunca sabría que “Madam Moulian” había nacido como “Henrietta Meller” hace ya 36 años. Tampoco sabría que era hija de Aldous Meller, un emigrante alemán poco agraciado físicamente, representante de productos de chacinería que contra todo pronóstico consiguió seducir y dejar embarazada a Sara Boulay, una joven actriz francocanadiense miembro de una compañía de teatro ambulante de medio pelo.
El dosier, claro está, no comentaba nada acerca de cómo poco tiempo después de casarse, Aldous comenzó a soltar la mano, ni de cómo Sara ocultaba con el maquillaje las marcas de los golpes y las pruebas de haber llorado. El dosier, eso si, achacaba al carácter evidentemente frívolo de Henrietta el hecho de que se hubiera escapado de casa en un par de ocasiones siendo niña, y de que una vez cumplida la mayoría de edad lo abandonara para siempre sin volver ya más.
Al parecer Henrietta pasó parte de su juventud en algunos de los estados del sur, donde aprendió Español, lo que unido al aprendizaje del Alemán natal de su padre y del Francés natal de su madre, la convirtieron en una persona con facilidad para comunicarse con los demás.
El dosier señalaba como Henrietta había adoptado el nombre artístico de “Madame Moulian” hacía ya unos años, y fingía ser extranjera, hablando siempre con un forzado e indeterminado acento foráneo. Esto en sí no era ningún delito, pero según el dosier apuntaba claramente a intenciones oscuras de su actividad.
Henrietta había ido cambiado mucho de ciudad, y según algunas denuncias que no llegaron a nada, solía frecuentar los tanatorios y cementerios molestando a los familiares del finado con mensajes supuestamente venidos del más allá, totalmente gratuitos, que por supuesto podían complementarse con sesiones de espiritismo, estas ya de pago, con las que ampliar la información sobre el fiambre parlanchín.
Todo esto, lo que decía y callaba el informe de Peterson, es lo que su superior nunca sabría. Ni falta que le hacía. El Capitán respiró ya más tranquilo en su despacho después de un rato, mientras le pegaba un largo trago a su petaca medicinal de Jack Daniels, y meneaba la cabeza.
– Jodido Peterson…
Madame Moulian
Esta mujer (si, pese a las dudas iniciales que siempre parece suscitar, es en efecto una mujer) de pocos escrúpulos, se dedica a fingir que habla con los muertos, para sacar dinero a sus familiares.
Pese a que es americana, imposta un acento francés muy forzado. Le da lo mismo no engañar a muchos. Lo que le importa es engañar a los que pagan.